Cada tiene una historia distinta. No solo difieren los requerimientos y las necesidades de cada persona, sino que cada experiencia está atravesada por sentimientos, sueños, proyectos e ilusiones únicos. En este sentido, la tecnología no solo nos permite identificar cuál es el mejor camino para acompañar en cada búsqueda, sino que, ante todo, nos presenta nuevas maneras de vincularnos con los clientes y equipos de trabajo para acercar propuestas de valor cada vez más personalizadas, ágiles y transparentes.
Ante este escenario, se abre la posibilidad de complementar las experiencias físicas con las digitales, y viceversa, mediante experiencias “phygital”, término que proviene de la fusión de las palabras en inglés “physical” y “digital” para denotar la combinación de los mundos online y offline. Así, sugiere la ruptura de la barrera existente entre ambos entornos para construir un marco integrador que las fusione: tomando lo mejor de cada uno, permite responder a los hábitos de consumo actuales siendo más eficientes y dinámicos, pero también generando interacciones más profundas con los clientes mediante el entendimiento de sus necesidades reales y el aporte de valor acorde a lo que buscan y de la forma en la que lo prefieren.
Comprar una propiedad implica adentrarse en un proceso extenso, generalmente de varios meses de duración, con varios puntos de contacto e instancias de recopilación de información, análisis, toma de decisiones, entre otras cosas. Durante la fase de exploración, las personas pueden, por ejemplo, abordar sus dudas rápidamente a través de Internet: ¿qué voy a comprar?, ¿dónde quiero vivir?, ¿qué características tiene mi propiedad ideal?, etc. Sin embargo, una vez avanzado el proceso, el acompañamiento de un asesor de confianza y con quien empatizar es una pieza clave, no solo para despejar dudas, entender necesidades y traducir los requerimientos de cada persona en la búsqueda, sino también para aportar seguridad y confianza.
Hablamos de una de las transacciones más significativas e importantes en la vida de una persona, tanto en lo económico como en lo emocional. En general, implica ahorros de toda una vida, una herencia o un crédito que se va a pagar durante los próximos años y que, además, está intervenida por el deseo de que salga bien o la preocupación de que se trate de la propiedad correcta para formar una familia, compartir con amigos y un sinfín de momentos únicos que van a suceder entre esas paredes.
Es muy difícil o casi imposible para la tecnología poder responder a todas esas cuestiones de principio a fin. Las personas necesitamos ese contacto, esa palmadita en la espalda para tomar una decisión o ese tiempo con un asesor comercial o legal que hace múltiples transacciones por mes y tiene certezas e información de cada parte del proceso.
Por eso, para poder acompañar de la mejor manera posible durante este recorrido, resulta altamente necesario y enriquecedor contar con interacciones online y offline, sin perder de vista que la meta no está en forzar la tecnología en el camino, sino en construir procesos sobre una base tecnológica en pos de tener un canal más ágil, humano y transparente con nuestros clientes y hacer que la experiencia se alinee a sus necesidades reales.
La tecnología construye y empodera, tanto a las personas como a las organizaciones, y lejos de pensarla como algo ajeno al proceso inmobiliario, su equilibrio con la atención humana resulta fundamental. Frente a transacciones en las cuales lo emocional juega un rol preponderante, el factor humano está más presente que nunca.